viernes, 29 de junio de 2007

HOY TE AMO

21/06/07

Estoy
cantando ese beso,
reinventando la suavidad,
incrementando la intensidad,
haciendo nuevos unos matusalénicos labios
probados hace 932 siglos.
Estoy
devorándome los ojos
de este ser que es tan mío
y que no me pertenece
(esos ojos que han llorado
todas mis tristezas).
Estoy
cambiando mi piel
para que leas algo novedoso con tus manos
para que el escalofrío
siga cosiendo mis poros.
Estoy
desbaratándo el amor,
soltando la risa,
tomándote del alma,
mordiendo una piel distinta,
probando el deseo...
costruyendo el amor.
¡Resucitemos a los muertos!
¡Levantemos a los dormidos!
Hay una buena noticia: ¡Hoy te amo!

viernes, 22 de junio de 2007

Reencarnación



"[...]y es seguro que al verme recordaste
como yo, que no éramos extraños.”
Elías Nandino


Reconocí en tus ojos, Tristán
mi alma entera
¡pero ha pasado tanto tiempo
de aquél filtro!
Quizá solo regresaste
para matar la deuda
de tus labios
pero yo ¡cándida!
volví a beberlo…
¿Por qué despertaste en mi sangre?
Te hubiera hallado
al otro lado del mundo,
pero esta cercanía tan odiosa
nos aleja irremediablemente.
Tal vez esta no era la vida para querernos…

Tenerte cerca fue
como regresar a casa…


¡La literatura nos exime!

Crisis

Soy virgen porque quiero
no me emborracho,
nada de drogas,
nada de excesos.
Me dicen que sin eso
no puedo escribir;
aunado a mi pobre léxico
a mis pocas lecturas
definitivamente ¡No puedo escribir!
Sí, sí
yo también puedo citar
al buen Dante,
a Bocaccio,
al Gabo
o a Sabines…
pero hoy sólo quiero escribir
y si necesito justificarme para entrar
en el cerrado círculo “alma de poeta”,
lo haré:
mi mente es una prostituta,
me embriago de soledad,
viajo en la nostalgia y en la risa,
llevo mis sentimientos al límite
y me excedo al soñar.
Ahora ¿puedo escribir?

Ahora…ya no quiero escribir.
Mejor vivir
mejor dormir
mejor
so
ñ a r.

Sin título, sin ti

Estoy de nuevo en esta ciudad, aquella donde nos conocimos y donde nos despedimos. A comparación de las nuestras que son mounstros, es pequeña. Estoy en esta ciudad por obligación, con un dolor desgarrante, quiero irme, pero mi masoquismo no me deja e incluso hará que me torture todo lo posible.
Por lo general las ciudades son polifónicas, llenas de recuerdos; la mía, por ejemplo, dice cosas distintas dependiendo el día, el clima, el humor. Pero esta ciudad, sus colores, su historia, sólo tienen una voz, o mejor dicho, todos sus sonidos se unen y me gritan tu nombre. Me gustaba hasta tu nombre. Me gustas desde el nombre.
Volví al lugar donde te vi por primera vez. La sangre se desplazaba como a chorros hirviendo; recordé mis ojos deslizándose profundamente por tu silueta, mi olfato alerta, tu espalda ancha, aquel era el lugar donde tu perfil se convertiría en mi muerte, en el objeto de mis deseos, tu boca sensual, los detalles de tu oreja, tu gesto al sonreír, todo en ese perfil.
Llena de tu nombre que sólo repito en silencio, me dirigí al sitio donde tus labios se convirtieron en lo único que yo deseaba y que, afortunada o desdichadamente no probé en esa ocasión.
Te volví a ver unos años después. Me condenaste a tu halo en esa hora ilícita y me convertí en la lectora de tu poesía, de tus sentimientos, de tu cuerpo en braile. Me dediqué a interpretarte, a devorarte, a soñarte, a esperarte.
Después fui a tu ciudad. En una semana fui todo lo feliz que alguien puede llegar a ser. Enseñé a tus ansiosas manos a tocarme y me bebí una y otra vez todos los besos, hasta que el no hacerlo en frente de la familia nos resultaba casi imposible. Te escuché y aprendí como nunca sobre mí.
Una mañana de esa semana estaba dormida, cuando sentí un calor inmenso y ahí estabas tú, mirándome de arriba a abajo, pero a distancia. Te acercaste No es nada de tu cuerpo, ni tu piel, ni tus ojos , ni tu vientre te sentaste junto a mí, ni ese lugar que los dos conocemos me acerqué a ti, ebria de tus palabras, con la mirada que No es tu mirada -¿Qué es una mirada?- triste luz descarriada, paz sin sueño iba de tus ojos a tus labios, ni la humedad caliente de tu asfixia que sostiene tu beso un calor húmedo se metía entre mis piernas y salía por mi boca. No me atrevía a besarte, a romper el hilo de electricidad que corría por los versos que recitabas Es sólo este lugar donde estuviste, estos mis brazos tercos cerca, estábamos muy cerca pero tu mano sorprendió a mi rodilla y robó la atención del beso no dado. Se deslizó arriba, arriba más arriba, fría y caliente, suave, fuerte, intensa humedad. Tuvimos sexo con los ojos, con las manos, con las palabras. Algo se desprendió de nosotros y copuló mientras tus dedos exploraban mi cuerpo. Tuvieron esos entes un orgasmo tan escalofriante que lo sintieron nuestros huesos.
Otra ocasión, estábamos a punto de hacernos el amor, pero te miré fijamente y sin hablar, supiste que yo no quería ser casi cualquiera, yo quería ser una, la única, la tercera. Esa vez los labios fueron los encargados del acto sexual y entre beso y beso otra vez recitabas Es que hay besos que valen mucho más que un coito completo; porque son tan carnales, de veras, que nos dejan las bocas con dolor de caderas.
Ahora estoy en esta cama donde me quitaste gloriosamente eso que decías que era el motivo por el que aún no podía morir.
Nos hicimos el amor toda la noche, con calma, con prisa, con violencia, con ternura, con el alma; cada parte de tu cuerpo me penetraba, todos nuestros miembros se mezclaban deliciosa y rítmicamente.
Aquí fue donde consumamos el incesto, la infidelidad, la lujuria…ardíamos en el infierno como la fricción de nuestro sexo. Pero no importaba, todo estaba justificado por el amor; yo te amaba intensamente, terriblemente. Tú deseabas estar dentro de mí toda la eternidad.
Ahí también fue donde terminó la locura y comenzó la muerte. Nos despedimos ávidamente, con promesas al futuro, deseando como nunca volver a verte, extrañándote.
Después enfermé de ti, tú te curaste de mí. Me probaste y me olvidaste, Se terminó la poesía, volviste con una de las dos. Nunca me convertí en la tercera.
Le escribía con vehemencia a un fantasma que no me quería, que se había olvidado por completo de mí.
Te necesitaba, te había entregado mi alma, mi cuerpo; te amaba con una fiebre insoportable… te amo con una fiebre insoportable.
Volví a esta ciudad por invitación, por obligación; cuando alguien se casa en la familia, no importa lo lejana o cercana que sea, es absolutamente imperdonable no asistir.
No sé si estoy viva o morí aquella noche entre tu cuerpo o morí de dolor hace unos días.
¡Qué ironía! Miro tu perfil –objeto de mis deseos, principio de calamidades- otra vez. Estás lejos, Te deshiciste de tu especial credo y adoptaste el vulgar de ella. Sólo me gustaría hablarte para preguntarte, ¿tenía que ser aquí, justamente? En nuestra ciudad….¿En nuestras ciudad tenías que casarte?
Mientras yo desfallezco sin perder la compostura que se exige a los familiares cuando tú dices “sí acepto”, la ciudad murmura en su estridencia tu nombre.